EFE

EFE

Una boda y un poco de alegría en medio de la guerra en Ucrania

Kiryl y Xenia celebraron su boda a pesar de la amenaza de bombardeos y ataques rusos porque, aseguran, “la vida continúa”.


En Slavutich, una pequeña localidad en la frontera con Bielorrusia que fue aislada por las tropas rusas durante la invasión del centro de Ucrania, se puede respirar un poco de alegría después de casi dos meses de angustia y desesperación: Kiryl y Xenia celebraron su boda a pesar de la amenaza de bombardeos y ataques rusos porque, aseguran, “la vida continúa”.

Delante del ayuntamiento de esta localidad, apodada “la ciudad gris” por su arquitectura soviética, unas pocas decenas de vecinos se reúnen con ramos de flores y unas botellas de champagne para recibir a los novios, que han ido a inscribir su matrimonio en el registro civil.

“Ya por fin merecíamos un poco de alegría”, dicen entre suspiros los asistentes a este reducido evento, que aseguran que ya han llorado y sufrido el asedio ruso durante “demasiado tiempo”, además de las consecuencias de quedar completamente aislados, sin electricidad, gasolina o suministros durante días.

EL DÍA MÁS FELIZ

Kyril sale del ayuntamiento de Slavutich con su ya mujer Xenia en brazos. Aplausos, risas, besos y abrazos completan una secuencia de imágenes difíciles de captar en tiempos de guerra.

“Sin ninguna duda es el día más feliz de nuestras vidas (...) estamos en el séptimo cielo”, asegura a Efe Xenia, de 24 años, entre los cánticos de los familiares que les estaban esperando a las puertas del edificio municipal.

Su marido, Kiryl, relata que le pidió la mano durante el asedio ruso, en medio de los bombardeos que hicieron temblar la tierra y los corazones de Slavutich.

“Era una situación muy angustiosa, pero decidí pedirle la mano entonces porque nunca se sabe lo que puede ocurrir”, asegura este joven de 27 años, visiblemente emocionado porque sus familiares “tienen un momento de felicidad” con esta celebración.

Para ellos, celebrar su boda en medio de este sangriento conflicto es “una bendición”, porque es una señal de que, pese a los muertos, los desplazados y la destrucción, se puede seguir adelante.

“Tenemos que mostrar ejemplo de que la vida continúa, que cosas tan normales y sencillas como casarse todavía son posibles durante la guerra”, aseguran Xenia y Kiryl, que se funden en un abrazo.

“No queremos bajar los brazos, queremos seguir viviendo”, sentencian.

VOLVER A LA NORMALIDAD

Slavutich fue fundada tras la catástrofe de la central atómica de Chernóbil, donde en 1986 se produjo el mayor desastre nuclear de la historia, y para sustituir a la antigua localidad de Prípiat, ahora una ciudad fantasma en la zona de exclusión.

Muchos de los habitantes trabajan en Chernóbil realizando tareas de mantenimiento, pero han cesado sus actividades después de que los rusos ocuparan la zona y destruyeran el puente que atraviesa el río Dniéper y conecta con Slavutich, como es el caso de Alexander, de 57 años.

Su último día de trabajo fue el 23 de febrero y, asegura que tuvo “suerte” porque los rusos “capturaron rehenes en la central” tras la toma de Chernóbil. Ahora en Slavutich intenta hacer lo que puede sin ninguna fuente de ingresos, pero al menos está “tranquilo”, explica.

Él y decenas de otros vecinos han salido a las calles con escobas, recogedores y palas para limpiar la localidad, ante la falta de servicios públicos en esta remota ciudad del norte del país, que quedó aún más aislada con el paso de las tropas rusas.

Este aislamiento ha provocado también una carestía de suministro de todo tipo, incluido el de la ayuda humanitaria. Las únicas farmacias de la ciudad todavía operan, aunque con más de la mitad de sus estanterías vacías.

Tatiana y Volódimir son los dos únicos empleados de una de ellas. Cuentan que antes tenían tres farmacias en Slavutich, pero tuvieron que cerrar dos porque “no había nada que vender”.

El último pedido les llegó hace justo un mes, el 18 de febrero. Intentaron hacer otro una vez los rusos se retiraron de la provincia, pero relatan a Efe que el transportista fue víctima de una mina mientras conducía de camino a Slavutich.

“Estamos asustados de comprar mercancías porque aún no es estable. Tendremos que cerrar esta tienda cuando se nos acaben las existencias”, aseguran a Efe.


Por el contrario, Ludmela es una modista y la dueña de Mila Moda, una tienda de ropa a la que cada día acuden “decenas” de vecinos porque “poco a poco, la normalidad vuelve a Slavutich”, a pesar de las sirenas antiaéreas que no paran de sonar.

Sin embargo, se muestra optimista y asegura que “los comercios están reabriendo” y algunas de las 12.000 personas que huyeron de Slavutich -más de la mitad de su población- está regresando para continuar con su vida.

“Ahora tenemos sótanos para escondernos, tenemos al Ejército y estamos listos para proteger la ciudad”, asevera. Carles Grau Sivera.