
Foto: Guillermo Rodríguez
La historia de una mujer entre agujas, telas y ganas de emprender
La vida de Aracelly Cortéz, ha estado marcada por el sonido constante de la máquina de coser.
En un pequeño taller de costura, rodeada de hilos y telas, Aracelly Cortéz trabaja con la misma pasión con la que empezó hace 18 años en el mercado Roberto Huembes. Su historia es la de una mujer que aprendió un oficio casi por casualidad, pero que con esfuerzo lo convirtió en el sustento de su familia.
“Cuando empecé en el oficio, fue rumbeando con un amigo sastre. Él me enseñó todo sobre la costura y después me motivé a poner mi propio taller”, relata.
Desde entonces, su vida ha estado marcada por el sonido constante de la máquina de coser y por la satisfacción de ver a sus clientes volver año tras año.
Aracelly relata que, al principio, el aprendizaje no fue fácil. “Lo que más me costó fue el corte, empezar una pieza desde cero. Pero con los años y la práctica, ahora lo veo como algo sencillo”, comenta sonriendo, mientras sostiene una prenda recién terminada.
Gracias a su dedicación, logró sacar adelante a sus hijos. “Cuando comencé, mis hijos estaban pequeños. Con este oficio los, críe, los eduqué. Hoy mi hijo mayor es licenciado en Turismo y Hotelería, y también aprendió el oficio; trabaja conmigo en el taller”, cuenta con orgullo.
Siempre con trabajo
A pesar de la competencia que existe en el mercado, asegura que el trabajo nunca falta. “Siempre hay algo que reparar, algo que hacer. En temporadas como Semana Santa o Fin de Año, hay bastante movimiento. Desde octubre hasta mediados de noviembre agarro hechuras, después solo entrego y me dedico a reparaciones”, explica.
Su jornada empieza a las siete de la mañana y termina a las cinco de la tarde. No se queja, dice que el tiempo a veces no le alcanza, pero su pasión la mantiene motivada.
“Me encanta este oficio, no me aburro nunca. Cada prenda es un reto y una satisfacción. Todo se puede con la ayuda de Dios”, afirma.
Antes de dedicarse a la costura, esta emprendedora trabajaba en una refresquería en el mercado. Fue ahí donde conoció al sastre que le enseñó el arte de la aguja y el hilo.
“Le estoy muy agradecida. Gracias a él y a este oficio, he podido salir adelante. Si uno quiere, todo se puede”, dice.
Con humildad y perseverancia, esta mujer ha demostrado que los sueños se pueden coser con paciencia y trabajo duro. En su taller, esta emprendedora no solo confecciona prendas de vestir, con su trabajo también teje a diario sus metas de superación para ella y su familia.